Che vocé! (Juan Carlos Diez)
Suelo encontrarlo al anochecer en las mazmorras porteñas de los subtes. Allí donde el hastío se refleja en rostros resignados. Él, en cambio, que se pasa el día entre vagones, sonríe. Es un músico a la gorra que canta y se acompaña bien con su guitarra (algunos con menos se ganan premios Gardel). Su repertorio es bien carioca: apela a la alegría, a imágenes soleadas y chicas de Ipanema; a ese jeitinho tan lejos del sopor de las horas pico. De cara se parece a Nicola Di Bari (jóvenes, googlearlo) y tras sus anteojos espesos se esconde la mirada pícara de quien interpreta un papel: la del cantor brasilero que, sospecho, es mas argento que el mate y el partido del domingo.
Habla en un portugués chapucero y creo que hasta guionado. Con su swing bosanovero logra –a veces—sonrisas que disparan recuerdos de aquel verano en Río. Y hasta algún tímido pie que sigue el ritmo. Matiza su repertorio con un monólogo brazuca sanateado en un lenguaje engañoso.
Una noche se subió al subte una familia de turistas brasileros: los grandes lo ignoraban y los dos chicos cuchicheaban y se reían. Él, bicho, les cantó a los pibes, dobló la apuesta y logró un clima al borde de la caipirinha. Si algún día consigue armar en el subte “el trencito brasilero” de los casamientos; ese patético carrusell de momias encabezado por el tío Cacho, pasará de la contratapa a la tapa de este diario. Porque, se sabe, la alegría -esa pasión argentina- es sólo brasilera.
Juan Carlos Diez
Texto publicado originalmente en el diario Clarín con otro título.
Reproducidos en este medio con autorización del autor y con sus títulos originales.
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