Gouin: Un Viaje en el Tiempo a un Rincón de Ensueño
El camino de tierra cruje bajo las ruedas del auto mientras el sol de la tarde, dorado y tibio, acaricia los campos interminables que rodean Gouin. A lo lejos, la silueta del antiguo pueblo aparece entre árboles centenarios, con sus casas bajas y sus fachadas de ladrillo desnudo, testigos de una época que aún respira en cada rincón.
Al llegar, el aire se impregna de un aroma inconfundible: el dulce perfume de los pastelitos fritos que se cocinan en la plaza, mezclado con el leve rastro de leña ardiendo en las chimeneas de los hogares. Gouin huele a infancia, a meriendas en la vereda, a tradición que se resiste a desvanecerse.
En la plaza central, la brisa mece las copas de los árboles y hace bailar las hojas secas sobre el empedrado. Se escuchan risas y saludos entre vecinos, el ritmo pausado de la vida en un lugar donde nadie parece tener prisa. Cerca, la estación de tren—ese gigante de hierro y madera que un día fue la puerta al mundo para los primeros pobladores—se erige silenciosa, testigo de partidas y regresos. Hoy, convertida en restaurante, el tintineo de cubiertos y el murmullo de conversaciones se mezclan con el aroma inconfundible de las pastas caseras que se sirven en su interior.
Gouin es un cuadro que cambia con la luz del día. En la mañana, la neblina se enreda entre los postes de luz y los árboles desnudos, envolviendo al pueblo en un aire de misterio. Al mediodía, los colores se avivan: el azul intenso del cielo, el ocre de las fachadas, el verde infinito de los campos. Cuando cae la tarde, todo se cubre de un resplandor anaranjado y las sombras se alargan sobre las calles de tierra. Por la noche, el pueblo se sumerge en un silencio profundo, apenas interrumpido por el canto de algún grillo solitario o el lejano ladrido de un perro.
Los lugareños llevan en la piel la historia del pueblo. Son gente de palabra firme y sonrisa sincera, que se sienta en las puertas de sus casas a compartir anécdotas con el mate siempre listo. Hablan con orgullo de la Fiesta Nacional del Pastel, cuando Gouin se llena de visitantes que llegan a probar los mejores pastelitos del país, elaborados con recetas que pasan de generación en generación.
Aquí, el tiempo no corre: se desliza con la suavidad de la brisa entre los álamos. Es un pueblo que no necesita grandes atracciones porque su encanto radica en lo simple, en lo auténtico. Es un refugio para quienes buscan reencontrarse con la calma, con la historia y con la belleza de lo cotidiano.
Gouin no se recorre. Se vive. Y una vez que lo conocés, siempre queda la sensación de querer volver.
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Taller Electromecánico Petrei & Foglia