La alegoría de la caverna (Platón)
Alegoría de la caverna – Dialogo entre Sócrates y Glaucón
Fuente: La República |Platón.
Sócrates: …En una caverna subterránea, con una entrada tan grande como la caverna toda,
abierta hacia la luz imagina hombres que se hayan ahí desde que eran niños, con cepos en el
cuello y en las piernas, sin poder moverse ni mirar en otra dirección sino hacia delante,
impedidos de volver la cabeza a causa de las cadenas. Y lejos y en alto, detrás de sus
espaldas arde una luz de fuego, y en el espacio intermedio entre el fuego y los prisioneros,
asciende un camino, a lo largo del cual se levanta un muro, a modo de los reparos
colocados entre los titiriteros y los espectadores, sobre los que ellos exhiben sus
habilidades.
Glaucón: Me lo imagino perfectamente.
Sócrates: Contempla a lo largo del muro hombres que llevan diversos vasos que sobresalen
sobre el nivel del muro, estatuas y otras figuras animales en piedra o madera y artículos
fabricados de todas las especies… ¿crees que los prisioneros puedan ver alguna otra cosa, de
sí mismos y de los otros, sino la sombra proyectada por el fuego sobre la pared de la
caverna que está delante de ellos? …¿y también de la misma manera respecto a los objetos
llevados a lo largo del mundo? Y si pudieran hablar entre ellos, ¿no crees que opinarían de
poder hablar de estas [sombras] que ven como si fueran objetos reales presentes? …Y
cuando uno de ellos fuese liberado, y obligado a alzarse repentinamente, y girar el cuello y
caminar, y mirar hacia la luz… ¿no sentiría dolor en los ojos, y huiría, volviéndose a las
sombras que puede mirar, y no creería que estas son más claras que los objetos que le
hubieran mostrado?… Y si alguien lo arrastrase a la fuerza por la espesa y ardua salida y no
lo dejase antes de haberlo llevado a la luz del sol, ¿no se quejaría y se irritaría de ser
arrastrado, y después, llevado a la luz y con los ojos deslumbrados, podría ver siquiera una
de las cosas verdaderas?
Glaucón: No, ciertamente, en el primer instante.
Sócrates: Sería necesario que se habituase a mirar los objetos de allá arriba. Y al principio
vería más fácilmente las sombras, y después, las imágenes de los hombres reflejadas en el
agua y, después, los cuerpos mismos; en seguida, los cuerpos del cielo, y al mismo cielo le
sería más fácil mirarlos de noche …y, por último, creo, el mismo Sol… por sí mismo.
…Después de eso, recién comprendería que el Sol… regula todas las cosas en la región
visible y es causa también, en cierta manera, de todas aquellas [sombras] que ellos veían…
Pues bien, recordando la morada anterior, ¿no crees que él se felicite del cambio y
experimente conmiseración por la suerte de los otros?…
Y considera aún lo siguiente: si volviendo a descender ocupase de nuevo el mismo puesto
¿no tendría los ojos llenos de tinieblas, al venir inmediatamente del Sol?… Y si tuviese que
competir nuevamente con los que habían permanecido en los cepos, para distinguir esas
sombras, ¿no causaría risa y haría decir a los demás que la ascensión, deslumbrándolo, le
había gastado los ojos?…
Pero si alguno tuviese inteligencia… recordaría que las perturbaciones en los ojos son de
dos especies y provienen de dos causas: el pasaje de la luz a las tinieblas y de las tinieblas a
la luz. Y pensando que lo mismo sucede también para el alma… indagaría si, viniendo de
vidas más luminosas, se encuentra oscurecida por la falta de hábito a la oscuridad, o bien si,
llegando de mayor ignorancia a una mayor luz, está deslumbrada por el excesivo fulgor.