Médico y Carpintero (Luis Landriscina)
Médico y Carpintero
Luis Landriscina
A los pueblos del interior llegan de tanto en tanto los visitadores médicos y les dejan a los médicos las muestras de una nueva droga contra esto, o una nueva droga contra aquello.
– Pruébela – le dice el visitador del laboratorio al doctor -, porque esto ha superado totalmente la…
Entonces los médicos van almacenando cantidades de estas muestras de remedios. Y éste del que les voy a contar era uno de ésos que solía hacer lo que hacen casi todos los médicos de pueblo: obra social con esas muestras gratis.
Pero si alguno de ustedes es médico o si algún médico les ha dado alguna vez una de estas muestras, saben que suelen tenerlas en una caja grande, y después, para encontrar el específico que necesitan, tienen que revolver como a gallina clueca.
– Pero si yo lo tenía, yo lo tenía… pero si el otro día estaban atados con una gomita… yo lo tenía.
Y ustedes a esta altura se preguntarán: ¿y el de la farmacia… ? No, no hay problema. Porque el médico no hace siempre esto de entregar las muestras gratis, sino sólo cuando lo exige la circunstancia.
Por ahí viene del campo una señora que tiene cuatro o cinco chicos, y todos están con sarampión o con varicela. Y el doctor sabe que la economía no le da para comprar remedios para los cinco. Ahí es donde él mete la mano en la caja ésa.
En el caso del médico de nuestro cuento, como cada vez le resultaba más engorroso encontrar cada medicamento, le encargó al carpintero del pueblo que le hiciera una suerte de vitrina, como para tener una pequeña farmacia, e ir derecho a lo que buscaba y no perder tiempo en revolver.
Los carpinteros son iguales en todos lados. Algunos demoran seis meses, otros ocho. Si tiene teléfono, vos los llamas… y ellos te responden:
– Estoy en eso, ehhh…
Después te dicen:
– Estamo´ estacionando la madera…
Las carpinterías de pueblo son completas: con sierra sinfín, cepilladores, tupí. Y suelen traer los troncos, porque ellos mismos hacen las tablas. Entonces se junta aserrín, se junta viruta, y van haciendo las pilas, casi siempre en grandes tinglados abiertos. Y vos ves las pilas de madera acá y más allá las pilas de los recortes, que es lo que les va quedando, las costaneras, los pedacitos ésos que después les pedís pa´l fuego, porque total pa´ qué los quieren…
Como ya había pasado de castaño oscuro la demora, nuestro médico de la vitrina arrancó para lo del carpintero, que se llamaba Ledesma.
Y llega el doctor y se para sobre una montañita de aserrín apelmazado en el piso por la lluvia. Como estaban pasando la cepilladora en un tablón, primero de un lado, después del otro y enseguida de cada uno de los cantos, el ruido era impresionante. Por lo que, al no poder decir ni una sola palabra, el médico se dedicó a observar.
Ahí cerca, el carpintero estaba trabajando con un formón la vitrina que él le había encargado. De pronto se le escapa el formón y le hace toda una zanja a la tapa del mueble.
Entonces, con total naturalidad el carpintero agarró un poquito de cola, un puñadito de aserrín, mezcló todo haciendo como una masilla, la aplicó sobre el surco, con la espátula sacó el sobrante, pinceló con aceite de lino y siguió trabajando.
El médico siguió toda la operación. Cuando paran de hacer ruido los otros con los tablones, le dice:
– ¿ Qué tal, Ledesma ?
– Ehh, doctor, no lo había visto. No me diga que estuvo hace rato.
– Si. – Pero no me di cuenta.
– Si, me di cuenta yo también de que no te diste cuenta. Y entonces comenta el doctor, irónicamente:
– Vos sabés que, parado acá, viéndote trabajar, te tengo que decir que sinceramente te envidié, che. Porque vi que fácil es el oficio de carpintero. Cualquier macanazo…, un poco de masilla, aserrín, cola, aceite de lino… y arreglao el macanazo.
– Y al escuchar esto, el carpintero se sintió agredido en lo más íntimo. Por lo que lo mira y le dice:
– Más o menos como el oficio de usted, doctor. Nada más que los macanazos de ustedes los tapan con bastante tierra.