Malbec: el vino que nació en Francia y floreció en Argentina

Difundilo con amor

Hay historias que maduran como el vino: con tiempo, con paciencia y con alma. Y la del Malbec es una de esas. No es solo una bebida: es el resultado de generaciones de trabajo, de soles intensos, de inviernos crudos, de manos curtidas por la tierra. Es un pedazo de historia servido en una copa.

De los valles franceses a los pies de los Andes

El Malbec nació en Francia, donde era conocido como Côt. Se cultivaba principalmente en la región de Cahors, donde producía vinos muy oscuros, casi ásperos, difíciles de domar. Pero Europa atravesaba momentos convulsionados: guerras, pestes, el cambio climático en pequeñas dosis, y una terrible plaga llamada filoxera, a fines del siglo XIX, que destruyó gran parte de los viñedos.

En ese contexto, en 1853, llegó a Argentina gracias a Michel Aimé Pouget, un agrónomo francés contratado por el entonces presidente Domingo Faustino Sarmiento para impulsar la vitivinicultura local. Trajo consigo varias cepas, pero fue el Malbec el que mejor se adaptó al nuevo suelo. Lo que en Europa era una uva temperamental, acá encontró clima seco, sol intenso, altura… y un nuevo destino.

Un hogar perfecto: los Andes, el desierto y el riego ancestral

El Malbec se estableció con fuerza en Mendoza, una provincia árida pero bañada por el agua del deshielo de los Andes. Los antiguos canales de riego creados por los pueblos originarios fueron clave para hacer posible la vida en el desierto. Así nació el milagro: en un suelo seco, bajo cielos azules, con inviernos fríos y veranos intensos, la uva floreció.

Las familias comenzaron a organizar su vida en torno a la bodega. Algunos con grandes extensiones, otros con pequeños viñedos que cuidaban como un hijo más. La vendimia, en marzo o abril, es una fiesta de trabajo y esperanza. Se levanta al alba, se cosecha a mano, se llenan los tachos, se carga el tractor. Hay cantos, hay cansancio, hay risas y también dolor de espalda. Pero hay orgullo.

El arte de convertir la uva en vino

Una vez en la bodega, comienza la alquimia. Las uvas se despalillan, se prensan suavemente, y el jugo con sus hollejos pasa a los tanques de fermentación. Allí, la levadura (natural o añadida) transforma los azúcares en alcohol. Durante días, se controla temperatura, se remueve el sombrero (las pieles que flotan), se prueba. Luego viene la crianza, que puede ser en acero, concreto o roble. El vino reposa, se pule, se afina.

Un Malbec joven puede estar listo en meses. Uno de guarda puede tardar años. Mientras tanto, en la bodega, la vida sigue. Se ajustan mangueras, se lavan tanques, se controlan barricas. La familia celebra las buenas cosechas y sufre con el granizo traicionero, el viento Zonda que reseca los racimos, o las heladas tardías que queman los brotes.

Degustar una historia

Cuando un Malbec llega a tu mesa, no estás tomando solo vino. Estás tomando tiempo, esfuerzo, tradición. Estás bebiendo la historia de quienes creyeron en una tierra que no prometía mucho, pero lo dio todo. Estás compartiendo la pasión de enólogos, agrónomos, cosechadores, toneleros. Estás trayendo al hogar algo más que una copa: estás trayendo un relato.

Ese color rojo profundo, esos aromas a frutas maduras, a madera, a tierra mojada… son parte de una cadena de hechos y personas que nunca conocerás, pero que están ahí, en cada sorbo.

 

Dato reCreo: Hay más de 2.200 bodegas registradas en Argentina. Muchas son familiares, de producción limitada, con vinos que no llegan al supermercado pero guardan joyas únicas.


Agradecemos especialmente la colaboración de:

Zi Teresa, Bistró & Almacén de Vinos

El Nono Restaurante

Guardería Náutica Anahí

Pueblo Escondido Restaurante & Salumería

Awka Tienda de Macetas


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