Beethoven: La música que venció al silencio y el amor que nunca pudo ser

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En una pequeña casa de Bonn, Alemania, nació en 1770 un niño que cambiaría la historia de la música. Ludwig van Beethoven llegó al mundo en un hogar marcado por el talento y el sufrimiento. No imaginaba que su destino sería grandioso, pero tampoco que el precio a pagar sería tan alto.

Desde su infancia, la música fue su refugio y su castigo. Su padre, Johann, era un músico frustrado que soñaba con hacer de su hijo el próximo Mozart. Lo despertaba a golpes en mitad de la noche para obligarlo a tocar el piano. Cuando Ludwig lloraba de agotamiento, su padre solo gritaba más fuerte.

A pesar de la dureza, Beethoven tenía un talento extraordinario. A los 8 años ya daba conciertos y, con solo 17, viajó a Viena para conocer a Mozart. La leyenda dice que, tras escucharlo tocar, Mozart exclamó: «¡Recuerden su nombre, dará que hablar en el mundo!»
Pero el destino tenía otros planes.

 

El genio que desafió a la adversidad

A los 20 años, Beethoven comenzó a notar lo impensable para un músico: estaba perdiendo la audición. Primero fueron los tonos más agudos, luego los graves. A los 30, los médicos le dieron la sentencia definitiva: quedaría completamente sordo.
El dolor de esta realidad lo llevó al borde del suicidio. En la famosa «Carta de Heiligenstadt», escribió:
«Si no fuera porque el arte es mi razón de ser, ya habría puesto fin a mi vida. Pero aún debo dar al mundo todo lo que llevo dentro.»
Y lo hizo.

El silencio que dio vida a la música eterna

Beethoven se negó a rendirse. Aunque ya no podía escuchar, componía sintiendo la vibración de las notas en su cuerpo. Cortaba las patas del piano para apoyarlo en el suelo y sentir su sonido a través de la madera.
Fue en esta etapa cuando creó algunas de sus obras más grandiosas: la Tercera Sinfonía («Heroica»), que rompió con todas las reglas; la Quinta Sinfonía, con sus famosas cuatro notas iniciales que representan al destino golpeando la puerta; y la monumental Novena Sinfonía, que compuso cuando ya no oía absolutamente nada.

El día que la historia lo aplaudió sin que él lo supiera

El 7 de mayo de 1824, Beethoven dirigió el estreno de su Novena Sinfonía. Era un espectáculo sin precedentes: una obra colosal con una coral que entonaba el «Himno a la Alegría», un canto a la humanidad y la esperanza.
Pero él no podía escuchar nada.
Cuando terminó, siguió dirigiendo, sin saber que el teatro estaba en un silencio absoluto. La soprano tuvo que girarlo de los hombros para que viera lo que él no podía oír: la gente de pie, aplaudiendo, llorando, ovacionándolo como nunca antes.
Fue uno de los momentos más conmovedores de la historia de la música.

Amores imposibles: el corazón roto de un genio

Si la música de Beethoven fue intensa y apasionada, su vida amorosa lo fue aún más. Se enamoró muchas veces, pero nunca pudo estar con la mujer que amaba.
Su gran amor fue Giulietta Guicciardi, una joven condesa a la que le dedicó la famosa «Claro de Luna». Pero él no pertenecía a la nobleza y ella terminó casándose con otro.

Más tarde, se enamoró de Josephine Brunsvik, quien parecía corresponderle, pero las presiones familiares y sociales los separaron. Beethoven escribió cartas llenas de amor y desesperación, pero ella se alejó.
Sin embargo, el mayor misterio de su vida fue la «Amada Inmortal», una mujer a quien escribió una carta llena de pasión y tristeza. Nadie sabe con certeza quién era, pero en ella Beethoven derrama su alma.

El ocaso de un titán

Los últimos años de Beethoven fueron de enfermedad y aislamiento. Su sordera lo separaba del mundo, pero no de su arte. Seguía componiendo, creando nuevas formas de música que nadie antes había imaginado.
Murió el 26 de marzo de 1827, en medio de una tormenta. Dicen que, en su último aliento, levantó el puño al cielo, como desafiando al destino una vez más. En su funeral, más de 20.000 personas salieron a las calles de Viena para despedirlo.

El legado de un inmortal

Beethoven no solo fue un músico. Fue un guerrero que convirtió su mayor tragedia en su mayor triunfo. Su música sigue viva, recordándonos que la grandeza no se mide por lo que tenemos, sino por lo que hacemos con lo que nos toca vivir.

Porque aunque la vida lo condenó al silencio, su pasión sigue viva para la eternidad.

 

La carta a la Amada Inmortal (6-7 de julio de 1812)

«Mi ángel, mi todo, mi propio yo.
Solo unas pocas palabras hoy, y hasta mañana. ¿Por qué este profundo dolor cuando la necesidad nos ordena separarnos?
Nuestro amor es fuerte, pero ¿puede existir sin sacrificios, sin sufrimiento?
Nunca otro podrá poseer mi corazón, nunca, nunca.
Oh, Dios, ¿por qué debemos estar separados?
Tú eres mi vida, mi alma, mi único pensamiento.
Sé firme, mi amor, mi única.
Siempre tuyo. Siempre mía. Siempre nuestros.»


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