Pulperías
La Pulpería
«Frente a su estaño confraternizó la gente. Fue el primer techo cobijador que encontró el hombre en su difícil soledad pampeana. Allí también sació su ardiente sed. Allí los hombres se sintieron hermanados cada vez que la libertad del país peligraba. Sarmiento las llamó ‘Club de gauchos’ y debió agregar ‘Escuela de machos’”.
León Bouché en su obra «La Pulpería, mojón civilizador»
La pulpería, vendía todas aquellas cosas que los pobladores necesitaban: telas, comestibles, remedios, ropas, artículos de talabartería, yerba, etc. Allí se reunían a beber y a conversar los gauchos de los alrededores y los forasteros que iban de viaje.
El pulpero los atendía desde atrás de una reja de hierro o madera, reja que le servía de protección contra los borrachos pendencieros y los asaltantes de temer en esas soledades. En las pulperías había siempre una o dos guitarras para que lucieran sus habilidades los cantores y a veces se originaban amenas payadas.
Allí se daban y se recibían toda clase de noticias, se jugaba a los naipes, bochas, dados y taba; se realizaban riñas de gallos y se concertaban carreras de caballos. En estos negocios, a veces, también se vendía carne para el consumo de los pobladores, los que a su vez, vendían al pulpero cueros de vacunos, jaguaretés y zorros, así como las plumas de los ñandúes que el gaucho cazaba con la ayuda de las famosas boleadoras.
Eran frecuentes las discusiones y las riñas; entonces los afilados facones salían a relucir y se improvisaba un duelo criollo y la «fiesta» terminaba.
Orígenes y actualidad
Las Pulperías tienen su origen en las primeras épocas de la colonia. Algunos atribuyen el origen del nombre al originario «pulquería» o lugar donde se toma pulque, que es una bebida parecida al aguardiente. Las primeras referencias que quedaron escritas son de cronistas y viajeros del Siglo XVII.
Todavía perduran pulperías en los pueblos de la pampa y algunas famosas han sido remozadas para el turismo, convertidas en verdaderos museos de época colonial. Además, allí pueden comprarse alimentos caseros como quesos, fiambres, panes, dulces y embutidos de la mejor calidad. Algunas de ellas son:
El Recreo: Perdido en un camino de polvo, distante 30 kilómetros de Navarro, el viajero descubre ahora la esquina de El Recreo. Hoy en día esta pulpería funciona como museo. Aquí podrá ver las estanterías originales, los objetos de época y absorber toda la historia que este lugar tiene. Esta pulpería fue uno de los primeros almacenes de ramos generales que tuvo teléfono en el área y con ello, fue mucha la gente que pasó por allí y muchos los servicios que se prestaron. Dentro del Recreo, irrumpen dos minúsculos pollitos alegremente en busca de alguna semilla que Don Juan -uno de los dueños- tira sobre el antiguo piso para que los polluelos se alimenten.
A principios del siglo XX, este boliche fue también herrería y peluquería. Ahora, los paisanos, convocados por el pulpero Juan Corbetta, se reúnen a la hora en que se esconde la vizcacha para jugar a los naipes y tomar Cinzano con soda y fernet. El mostrador está cubierto con chapa, y tiene un agujero donde escurre una bomba de agua. Allí Corbetta enjuaga los vasos, entre uno y otro trago. Afuera, la cancha de bochas está tapada por el pasto, y ya no se corren carreras cuadreras.
Esquina de Argúas: Este lugar lo hará viajar al pasado, hasta el mismo José Hernández lo ha visitado. Su fundación fue en 1817 y está ubicada en Coronel Vidal. Era parada obligada para aquellos que se dirigían a Mar del Plata.
Una bandera celeste y blanca, deshilachada por el viento y un rancho de adobe marcan la parada. Adentro, la luz del alba se cuela por la ventana. El piso es de tierra y la reja de hierro es tan vieja como el boliche. Montenegro, el pulpero, abre a las 6.30. A esa hora recibe a los primeros paisanos que se apean para tomar un matarratas (caña quemada, caña de durazno, caña de ombú, ginebra). -Cualquier trago es bueno para templar el espíritu del jinete que arrea la tropilla -afirma el pulpero, que conoce al gaucho. Los sábados y domingos hay fiesta, pruebas de riendas y partidos de taba.
Boliche de Bessonart: En la esquina de las calles Don Segundo Sombra y Zapiola, en San Antonio de Areco, levanta sus paredes descascaradas una casa de altos. Tiene muchos años de construida. En el almacén de comestibles y bebidas, ramo que todavía le da carácter, solían encontrarse los paisanos y la gente de campo que venían al pueblo para proveerse y hacer diligencias a la casa cerealista, la tienda, el médico, el banco. Allí «paraba» Don Segundo Ramírez, el gaucho que después fue personaje de la novela de Ricardo Güiraldes. Continúa siendo lugar de encuentro y tiene una larga historia de personajes típicos de los pueblos de campo. Se destaca un cartel que avisa: «Prohibido entrar armado y con el sombrero puesto al despacho de bebidas».
Almacén La Media Luna: Ubicado en el partido de Navarro, este lugar es especial para tomar un trago fuerte, una buena picada y si tiene suerte, la especialidad de una de sus encargadas, dueñas del lugar: el keppe.
Pulpería de Cacho: Se encuentra en Mercedes, esta Pulpería conserva la fachada de 1830. Aquí, su pulpero Roberto «Cacho» Di Catarina le servirá y le sabrá contar a cerca del lugar y su historia, ya que el mismo, al igual que su madre y abuelos nacieron allí.
Bar San Martín: Está ubicado en San Antonio de Areco. Sobre sus paredes, se puede apreciar un nido de hornero, una imagen del general San Martín y una foto sobre una doma.
La Blanqueada: ubicada en las afueras de San Antonio de Areco, parte de esta pulpería se ha convertido hoy en museo y fue allí donde el famoso Don Segundo Sombra se batió a duelo.
La Blanqueada es el local de una auténtica pulpería restaurada de más de 150 años de vida. Una reja separa el interior del patio. A través de ella y como prevención, el pulpero servía a los forasteros desconocidos, los parroquianos conocidos tenían acceso al interior y allí se les servía y se les daba lugar para jugar a los naipes y conversar. En el interior, interpretado por medio de muñecos de cera, un grupo de gauchos juega a los naipes ante la mirada del pulpero. Estos llevan botas de potro y chiripá y en la cabeza lucen un pañuelo colorado, típico de los paisanos en el período Rosista. Todo recrea el ambiente, la reja, el mostrador, el botellerío, los muebles.
En el año 1999, la Comisión Nacional de Museos y de Monumentos y Lugares Históricos de la Secretaría de Cultura de la Nación declaró a la Pulpería «La Blanqueada» como Monumento Histórico Nacional.
Los Ombúes: Ubicada a 18 Km. de Exaltación de la Cruz, en el Paraje Andonaegui, además de una vieja estación de tren abandonada existe un lugar que es digno de ser visitado: La Pulpería los Ombúes. Nadie sabe exactamente cuándo se fundó, se calcula que tiene más de 200 años y es considerada una de las más antiguas de la pampa. En la entrada dos viejos ombúes nos indican que hemos llegado a lugar. Fue posta obligada para las carretas que se dirigían a la Cañada de Romero. Aquí se vivieron ejecuciones, carreras de sortija, peleas de gallos y tantas otras andanzas que hoy parecen casi inimaginables.
En su interior el tiempo parece haberse detenido. Hay banquetas de paja y madera, sus paredes decoradas con fotos y recuerdos, etc. En la actualidad, Elsa Insaugarat, se encarga de atender esta pulpería que perteneció a su padre Don Luís y antes a su abuelo Francisco. Como hace tiempo y por supuesto detrás de las rejas, se expenden bebidas, fiambre cortado a cuchillo y un buen Fernet con Coca. Su mostrador delata el paso del tiempo. Está siempre abierta, solo la encontrará cerrada en el horario de la siesta.
El lugar es concurrido por la gente de los campos vecinos, algunos aún llegan a caballo para pasar un rato charlando con los amigos, jugar a los naipes mientras comentan las vivencias del día y las novedades de la zona.
El Torito: Este lugar fue inaugurado en 1880, y varios años después se abrió el Club Atlético el Torito. Fue aquí donde, además de que hayan pasado personajes históricos de la historia argentina, se vivieron todo tipo de sucesos, bailes, juegos y demás.